jueves, 29 de enero de 2009

Tres semanas con una madre pastabasera

El Facebook es una lata. Cuando ya encontraste a todas las personas que andabas buscando, el aparato este deja de ser entretenido y no queda otra que dedicarse a sapear que es lo que la otra gente hace.

Pero hoy me dio una sorpresa...una buena. Como es de esperarse algunos compañeros de la U están en mi lista de "amigos", aunque realmente no los son, pero asumo que los genios creadores de Facebook no se iban a poner a reflxionar sobre el concepto de amistad.

En fin....el cuento es que hoy me meto a fisgonear qué estaba pasando en mi mundillo privado de facebook y me topé con una sopresa. La Universidad Alberto Hurtado entrga un premio de llamado "Periodismo de Excelencia", donde una compañera de la U quedó finalista en la categoría reportajes.

Estas son el tipo de cosas que sólo por Feisbun te puedes enterar. El asunto es que mi reflexión fue la siguiente: "Si quedó como finalista, algo tendrá el reportaje ese".

Como tenía tiempo, lo lei. La historia es notable; está contada de manera impecable; es un gran reportaje. No me lei el que ganó porque me dio lata. Además que para mí el reportaje nos sitúa en un mundo de esos que no vemos porque simplemente cerramos los ojos.

Ahora que trabajo en un medio el cual esta sitiado por gente de la U, me di cuenta que pese a que estoy en contra de todas las políticas educacionales de dicho centro de estudios, de las formas, procesos, modos y en que se enseña (o por lo menos se hace el intento) el oficio de periodista, algo pasa en esas aulas horriplantes, incómoda y frias, que hace que los que de ahí salen tengan algo especial. No sé que carajo pueda ser, pero "eso" es lo que difinitivamente marca la diferencia entre unos y otros.

Depués de esta lata, lo invito a que se lean la historia de Javiera Droguett Garros (20), que vive en la villa Los Andes de Puente Alto. ¿Su gracia?: es seca pa la pasta.


Felicitaciones Carla Celis*


TRES SEMANAS CON UNA MADRE PASTABASERA



Javiera Droguett Garros tiene 20 años y vive en la villa Los Andes de Puente Alto. A los 16 se hizo adicta a la pasta base, justo después de tener a su primer hijo. Hace 14 días fue madre por segunda vez, y el pequeño aún permanece en el hospital esperando que alguien se haga cargo de él. Durante tres semanas nos metimos en el mundo de Javiera, en las calles de su villa de Puente Alto y en su cabeza bombardeada por droga y culpas. El resultado es un retrato crudo, donde los niños pueden transformarse en maltratadores de niños... y así logran sobrevivir.

Por Carla Celis • Fotos Alejandro Olivares



“A LA GUAGUA LE GUSTA LA PASTA...”
(25 JULIO, POBLACIÓN LA ESPERANZA)

Las contracciones empiezan a las dos de la madrugada del 25 de julio. Javiera viene de la casa de Naty, una de sus mejores amigas, y anda por la población La Esperanza, con su guata de siete meses. La Esperanza es una zona dura dentro de Puente Alto, pero Javiera no tiene miedo. En realidad, ella es uno de los motivos por los que esa villa tiene mala fama.
Se sienta en una plaza vacía, enciende su pipa hecha con un codo de cobre y aspira varias veces la pasta base quemada. El fuego le ilumina la cara con cada “pipazo”.

La droga le tensa la mandíbula; y su mirada, normalmente viva, parece apagarse, como si Javiera hubiera desaparecido y sólo quedara su cáscara. Luego, en esos restos de Javiera se instala la angustia y para calmarse se pellizca la cara y se rasca la cabeza con movimientos maquinales.
Adentro de su vientre, la criatura se agita.

-Yo creo que le gusta la pasta, por eso se mueve tanto cuando me doy un pipazo-, dice Javiera.
Las contracciones se vuelven tan intensas que decide partir donde “El Pelao”, un amigo que siempre la recibe. Camina dos cuadras y se tiene que encoger por las puntadas.
Apura el paso. Por detrás, el embarazo no se le nota. Con la pasta no siente hambre. A veces se compra una leche y galletas sólo porque en el consultorio le dicen que tiene que hacerlo.
Donde “El Pelao” se siente demasiado mal como para dormir. Saca un cigarro y va al baño. Se queja. “El Pelao” le grita que no haga tanto escándalo.
A las cuatro del día siguiente, cuando está en la cocina siente que un chorro le corre por las piernas.

-¡Pelao, se me rompió la bolsa!-, grita.
Se toca la entrepierna y siente la cabecita del bebé. Se pone en cuclillas a la orilla de la cama y permanece así hasta que, una hora después, llega la ambulancia. Nadie la acompaña al hospital y allá, no le ponen anestesia. Dicen que el niño nacerá antes de que le haga efecto.
-Yo gritaba ¡me voy a morir!- cuenta Javiera, entre risas.
Así fue como nació su hijo. Su segundo hijo, en realidad.

“CON LA DUREZA NO HAY DOLOR”
(26 DE JULIO. MATERNIDAD DEL SÓTERO DEL RÍO)

La maternidad está en el cuarto piso del Sótero del Río. Son 12 salas comunes con ocho camas cada una. No hay biombos que den privacidad y las madres se miran unas a otras mientras amamantan o visten a sus guaguas.


Javiera Droguett está en la última habitación, al final del pasillo. En cada cama hay globos o ramos de flores y en el suelo, envoltorios de regalos. Al lado de Javiera, las visitas se ríen fuerte, como si estuvieran solos. Todos quieren tomar al bebé y le hablan impostando la voz. Le encuentran la nariz parecida al padre, los ojos de la madre; la abuela dice que todos los niños de su familia son así. La guagua pasa de brazo en brazo, en esa ancestral ceremonia de bienvenida al mundo.

Javiera está de espaldas al gentío. Nadie la vino a ver, ni su mamá. En su velador no hay regalos, ni flores, ni comida. Sólo un pocillo blanco de plumavit que usa para sacar agua de la llave. Mira a través del ventanal que hay al lado de su cama. Es una tarde soleada, su hijo está en una incubadora, ella tiene lágrimas en las mejillas.
-Siempre que estoy acostada me lloran los ojos- se excusa, mientras se sienta en la cama. Luego comienza a hablar sobre su hijo, animadamente.

-Yo creía que iba a ser niñita. Me hice tres “ecos” y las tres decían que era mujer. Si hasta le tenía nombre: Anaís Almendra.
¿Tú mamá no ha llegado?
-No creo que venga. Tiene hartas cosas que hacer ... ¿Querís verlo tú? ¡Salió terrible rucio! ¿Querís verlo?
Javiera se pone zapatillas y una bata prestada. El niño está en la sala de cuidados básicos. Pesó un kilo 900 y midió 44 cm.
Javiera se queda dándole leche. Cuando sale, después de unos minutos, cuenta que lloró.
-Es que es tan chiquitiiitoooo que me llega a darme pena.
¿Qué te da pena?
- No sé. Es que además pienso en ese huacho culiao del papá que no lo viene ni a ver. A veces dice que no es suyo y me da más pena. ¡Se ve tan solitooo! Me tiene a mí no más. ¡Y me pooongo a llorar! A veces una se pone a pensar tonteras, por eso es mejor no pensar. Por eso fumo pasta, porque la pasta te pone estúpida. Si fumo marihuana empiezo a pensar en todo lo que me pasa, por qué estoy sola, por qué quedé embarazá, por qué me toca vivir esto y aquí y allá. La marihuana me trae todos los recuerdos culiaos, de que tengo un hijo, que ahora voy a tener otro, que no soy capaz de hacer ninguna hueá. Me acuerdo de todo. Pero si fumo pasta quedo hueoná, me voy no más, quedo en blanco. Con la dureza no hay dolor.

Javiera vuelve a su cama. Pese a que terminaron las visitas la Valeska y “el viejo Polo”, logran colarse. Javiera está feliz de ver caras conocidas. Valeska cuenta que más tarde se va a juntar con sus amigas a tomar y fumar pasta hasta quedar en el suelo. O sea a “zumbarse”. Javiera se ríe: “venís a puro sacarme pica, cabra culiá”. Entonces la Vale saca de su bolso un regalo para la nueva mamá. Cinco papelillos de pasta, “pa antes de dormir”, le dice. Javiera los mira. Está a punto de recibirlos. Ganas no le faltan, pero los rechaza.

-Si me pillan, me quitan al cabro chico- explica.
El “viejo Polo” también le trae papelillos. Él le da pasta a cambio de sexo. Pero tampoco le acepta.
Valeska se ríe. “¡Estai cambiá, Javiera!”, le dice. Y mirando los papelillos, agrega, “bueno, no los vamos a perder po, jaja” y se va al baño de la sala común.
Sale sonriente, con la mirada perdida. Apenas se despide de Javiera.


“NO HAY NADA QUE HACER POR ÉL”
(28 DE JULIO. MATERNIDAD DEL SÓTERO DEL RÍO)

Javiera pasa su segunda noche en el hospital. Está desesperada. Su cuerpo le exige pasta; su mente, despejada, está llena de pensamientos que la angustian. “Cuando me den la libertad, lo primero que voy a hacer es zumbarme”, promete.

A la hora de las visitas su madre vuelve a faltar. Tampoco aparece el Bicho, el padre de la guagua. Sólo llega Ana, una vecina que anda visitando a su hija que también parió.
Ana conoce a todas las pasteras de Esperanza porque ella misma, a sus casi 50 años, fue adicta. Dice que hace un año que dejó el vicio y ahora se preocupa de recoger a las niñas cuando las encuentra tiradas en algún pasaje. Les presta ducha y ropa; también las reta e incluso les pega, cuando no le obedecen.

-Si las culiás no se quieren parar, o dele con seguir fumando, a puras patás me las llevo pa la casa a las hueonas. Si no, pregúntenle a la Javiera, que una vez me la encontré botá en La Esperanza, pasteá como de dos semanas. Ni me hablaba, pero igual se le movía la boca pa todos lados de lo dura que estaba, jaja. Yo le decía: ‘¡Ya, párate, conchetumadre!’ y ésta no me quería hacer caso, hasta que me la llevé no más-, cuenta Ana. Y las dos se ríen.

A Ana le mataron a un hijo hace seis meses. Se llamaba Eduardo y ella lo vio desangrarse. Pero es una mujer achorá y parece haberlo superado.
Antes de irse, le ofrece a Javiera que se quede en su casa un tiempo, para que tenga donde estar con el niño. Javiera dice que lo va a pensar.

Al día siguiente, temprano, Ana aparece de nuevo. Tiene todo listo para recibirla. También le dice que su familia estuvo pensando un nombre para el niño: “Jeicson Eduardo”.
-A mi mamá no le va a gustar. El Michael (su primer hijo) iba a llamarse Joshua y mi mamá me mandó a la chucha, porque no lo podía pronunciar.

-Pero le pueden decir Eduardo. Si el nombre Eduardo se lo vamos a poner por mi hijo que me mataron. Va a tener cualquier chapa la guagua ahí- le rebate Ana.

Javiera se levanta a ver al niño. Cuando regresa está decidida a fugarse. Le pide a Ana que le lleve su ropa en una bolsa y la espere en el baño del primer piso. Ella va a bajar con la excusa de ir a ver al bebé y se encontrarán allá. Pero primero debe entrevistarse con la asistente social para saber cuándo le darán el alta a su hijo. Ana ofrece decir que es tía de Javiera, y que vive con ella hace tiempo. “Para que vean que la guagua no va a quedar botada”, explica Ana.
Con la asistente, todo marcha bien. A cada pregunta, Javiera lanza una respuesta apropiada. Explica que vive con Ana y que no le falta nada. Cuenta que el padre de su hijo está en Iquique pero que viene viajando. Admite que consumió pasta, pero sólo hasta que se enteró del embarazo.

-¿Y de qué vives, Javiera?
-Trabajo de temporera en Pirque- responde.
-Muy bien, me alegro de que hayas salido de la droga, te recomiendo que termines cuarto medio, porque sin estudios no vas a ser nada- le aconseja la asistente.
-Tengo muchas ganas de estudiar- asiente Javiera.
Cuando vuelven a la habitación, Javiera y Ana estallan de risa
-¿Me viste la cara pa mentir? Ni me arrugo, jaja-, dice Javiera.
-La asistente se compró toda la hueá- agrega Ana.
Una hora después Javiera está en la calle, sin su guagua. Lo primero que hace es ir donde el padre de su hijo, el Bicho, un traficante de la Esperanza.

“NO TENÍA NADA, QUERÍA UN HIJO”

Javiera ve a Michael, su primer hijo, de vez en cuando. El niño tiene 4 años y vive con su padre, El Brayan, a dos cuadras de su casa. Con el Brayan se conocieron cuando ella tenía 13 y él, 20. “Un día salimos y me lo tiré al pecho al tiro, jaja”, recuerda Javiera.
Después de una pelea con su mamá, él le dijo que vivieran juntos. Al tiempo le pidió que tuvieran un hijo y ella aceptó. Llevaban sólo un mes de pololeo.

-Es que yo estaba enamorá, po. Y además no tenía nada y quería un hijo. Estuvimos tres años y medio intentándolo. Me costó caleta, caleta, no salió de chiripazo- cuenta Javiera.
Tenía 16 cuando quedó embarazada. Durante los siguientes meses fumó marihuana con frecuencia.

-Yo iba al colegio embarazá y el loco me iba a buscar y a dejar con tal que yo no me desapareciera. Pero cuando se iba pal centro a “salvar” (robar), yo desaparecía y me pillaba más volá que la chucha”, cuenta Javiera.
Michael tenía apenas seis meses cuando se acabó la relación. Javiera había probado la pasta y ya no tenía control sobre sí misma. Se perdía días enteros y dejaba a su hijo solo. Las peleas con Brayan eran frecuentes.

-Él me pegaba y yo me pasteaba para no sentir dolor.

Volvió a la casa de su mamá con su hijo. Jovino, el padre de Javiera, recuerda bien ese día:

-Apenas llegó, lo dejó durmiendo y se fue. A las doce de la noche el niñito lloraba de hambre y no sabíamos qué darle. Salimos a buscarla, pero no estaba. Le tuvimos que pedir un poco de leche a una vecina. La Javiera llegó a las 6 de la mañana. No la dejamos darle pecho, porque venía drogá.
-Al final preferí que mi hijo se quedara con el Brayan -resume Javiera. “A lo mejor no iba a sufrir conmigo, pero se iba a quedar solo igual. A veces, cuando voy pasando por su casa, drogá, igual me saluda. Me grita: “¡Hola, mamá Javera!”. Y si tengo moneas igual le paso, le compró su yogurt y un par de zapatillas de repente. No porque esté metía en la volá le voy a dejar de comprar sus cosas. Yo puedo ser la maraca más grande, pero soy la mamá del niño.

Javiera dice que quiere a Michael más que a su vida. Está orgullosa de que no hable garabatos y que ya esté yendo al jardín. “El otro día me dijo los colores en inglés. Jaja, es más inteligente”, comenta satisfecha. Sin embargo, cuando están juntos, no alcanza a pasar una hora y ya no lo soporta.

“¡Quédate tranquilo, cabro culiao! ¡Puta que webiai, pendejo piullento! ¡Me tení chata!”, le dice Javiera.
Cuando él le muestra unas fotografías de pollos que encontró en una revista, le dice: “Mira, mamá Javera, unos pollos”. Ella lo mira de reojo y le responde: “Obvio que sí, ahueonaaaooo”.
Luego de un rato, Javiera saca un pito y se instala al lado de su hijo a fumar. Con el humo aún retenido en los pulmones, le pregunta al niño: “Y vo, ¿vai a fumar o no vai a fumar pitos?”, y le tira el humo en la cara. Michael la mira y sigue en lo suyo. Cuando se aburre, porque ella no le presta atención, empieza a tironearla para que se vayan: “¡Llévame a mi casa!”, le dice.

Ella lo toma bruscamente del brazo y lo va a dejar. Abre la reja, lo entra y se va sin despedirse.
Su segundo hijo, que pasa varios días sin nombre y que la espera en la incubadora del hospital, fue un accidente. Ella no planeaba quedar embarazada del Bicho. Pero en algún momento tenía que pasar, pues no usa condón. De todos modos, nunca pensó en abortar, porque el Bicho le gusta.



“NO TE METAI CON MI CABRO CHICO”
(29 DE JULIO. MATERNIDAD DEL SÓTERO DEL RÍO)

El Bicho dice que se hará cargo del niño y que le va a poner Alan. A Javiera, la noticia la deja tan tranquila que decide no “zumbarse” y se acuesta temprano.
Al día siguiente, ambos parten al hospital. Sin embargo, en la sala de cuidados básicos, sorprenden a Ana dándole leche al pequeño. Para que la dejen entrar, se ha hecho pasar por su abuela.
Javiera la encara.

-Conmigo va a estar bien cuidado. Y así tú podí hacer la weá que querai. Podís salir a zumbarte sin problemas. ¡Déjame al niño!- le dice Ana.
Todo empieza a quedar claro entonces. Ana ha estado yendo todos los días porque ese niño es una forma de recuperar al hijo que perdió hace seis meses. Para Javiera, en cambio, la guagua es lo que la une al Bicho y no va a dejar que nada se interponga en eso.
-No vengai ná con hueás- le contesta Javiera -No te quiero cerca del cabro chico.
Luego va donde la asistente social para decirle que Ana no es su tía ni viven juntas. La asistente ya sabe que todo es mentira, pues Ana le habló en la mañana y le dijo que Javiera era adicta y se pierde durante semanas.
Javiera se defiende como puede. Asegura que dejó la pasta y que el papá se quiere hacer cargo de la guagua... La asistente no dice nada.
A la salida Javiera le cuenta al Bicho lo que ha ocurrido. Y cuando éste encuentra a Ana en el hospital, la toma violentamente del brazo:
-Si no querí que te haga una animita al lado de la de tu hijo, mejor que no te metai con mi cabro chico.

Ana dice que sólo tenía buenas intenciones y desaparece.


Javiera a los siete años durante un paseo a la playa. Poco después se enteró de que su madre biológica la había abandonado.

“FELIZ DÍA, SEÑORA”
(4 Agosto, Población Los Andes, Puente Alto)

María Garros, la madre de Javiera, tiene 76 años. Pero no es su verdadera madre. En el living de su casa cuenta la historia.
-Recibí a la Javiera en marzo del 1988, cuando tenía más o menos un mes. La verdadera mamá se llama Marcela, la tuvo en Los Ángeles y vino a dejársela a la abuela. Y la abuela me la pasó a mí porque en donde estaba trabajando no la aceptaban con la guagua. Yo no quería otro niño, pero vi tan afligida a la señora que terminé aceptando. Me pasó cinco mil pesos y me dijo que me iba a mandar la leche y todo lo que la guagua necesitara cada mes. Pero no supe nada de ellos hasta que la Javiera cumplió como ocho meses. Entonces vino la mamá. Yo la tenía acostadita en un sillón, durmiendo. Y entró la señora y se quedó mirando. Ni la tomó en brazos, ni nada. Estuvo como diez minutos y lo único que hacía era mirarla. Se sentó, me preguntó si se portaba bien y nada más. Después cuando se fue no me dio ni las gracias. Nunca más vinieron a verla.

Javiera se enteró de su origen a los 8. Un día llamaron a María de la escuela porque la niña le había pegado a alguien. Por entonces ya tenía mala conducta. El director preguntó “¿qué es de los padres de esta niñita?”.

-Y justo ella entra en la oficina y escucha todo. No se puso a llorar ni puso ni una cara. Entonces yo le dije: “la otra mujer, la que te parió, nunca la vi. Tu abuela fue la que te entregó por cinco mil pesos”. Ella se quedó callada, no dijo nada como en cinco minutos. Después me miró seria y dijo: “¡Aah, yo no quiero a esas otras viejas!” y salió corriendo de la oficina.
Solo cuando Javiera cumplió 18 años, volvió a saber de su madre.

-El año antepasado me llamó por teléfono esa señora. Llamó justo pal día de la madre, pa que la fuera a verla. Dijo que la habían operado de un riñón y que quería que la perdonara y no sé qué más. Yo le dije que qué venía a pedirme perdón si ya habían pasado 18 años. Le dije: “¿Sabe qué? no quiero conocerla, no estoy ni ahí, y si se aparece por acá la voy a agarrar a coscachos. ¿Sabe que más? Feliz día”, y le corté, jaja.

“NO SE ME OCURRE CÓMO SER FELIZ”
(5 AGOSTO, POBLACIÓN LOS ANDES, PUENTE ALTO)

Javiera vive en la villa Los Andes, en Puente Alto. Al lado está La Esperanza, donde ella va a comprar y a fumar pasta. Allí es mejor no entrar si no tienes un conocido. Incluso la policía solo anda por la periferia de las siete manzanas que forman La Esperanza. De noche, cuando alguien mira hacia el fondo de los pasajes con los faroles quemados, solo se ven decenas de pequeñas llamas, como luciérnagas, que son la pasta ardiendo en las pipas de cobre. De día no se ven las luces, pero la pasta se sigue quemando. Los hombres se financian macheteando o robando. Las mujeres también se prostituyen. Javiera, por ejemplo, se ha acostado con el “Viejo Polo” por 5 papelillos, o sea por 5 mil pesos.

Ahora estamos afuera de la casa de Javiera y es de día. Al fondo de la calle pasa Yessenia, con cara de perdida. Viste pantalón de buzo rojo y una polera blanca. Lleva el pelo recogido con una cinta verde. Tiene aproximadamente 18 años y entre sus manos sujeta un codo de cobre que se lleva a la boca. Acerca el encendedor y quema. Se detiene dos minutos. Se frota los brazos una y otra vez. Camina una cuadra y se para de súbito como si hubiera recordado algo. Se da vuelta y grita:

-¡Yapo, hija, apúrate, po!

Una niña de poco más de un año está agachada jugando con unas piedras. Mira a su madre sonriendo y avanza con pasitos cortos hacia ella. Yessenia la espera un momento, pero antes de que la pequeña la alcance, empieza a caminar otra vez, saca la pipa y quema. Nuevamente se voltea y vocifera: “¡Yapo, Cony, que no tengo todo el día!”. La niña intenta alcanzarla, pero ella es demasiado rápida. Estira los brazos para que la tome, pero la joven la ignora. Cony llora. A Yessenia no le importa. Continúa su camino hasta perderse al final del pasaje. La niña la sigue.
En el barrio, es común ver a adolescentes embarazadas y niñas paseando con pequeños de un año, mientras fuman pasta. Javiera es solo una de ellas. Incluso puede ser una de las menos dañadas.

Mirando a Cony es inevitable pensar en la historia de Javiera. Los niños abandonados, regalados, entregados a cambio de 5 mil pesos, no desaparecen. La vida parece frágil pero lo que hace para aferrarse, para evitar la muerte y perdurar, a veces hiela.
Para Javiera sobrevivir fue también corromperse. Anular la mente, los límites, la ética, hasta la más vaga idea de felicidad. Quedarse solo con el cuerpo embotado por la pasta. Porque en ciertos infiernos urbanos, sólo el cuerpo puede existir, al costo terrible de quedarse hueco.
En un momento de confianza le pregunto a Javiera

¿Qué tendrías que tener para ser feliz, para salir de aquí?
-No sé, tendría que llegar a ser feliz pa saber con qué soy, feliz po.
¿Pero no hay algo que te gustaría ? ¿Plata a lo mejor?
-No, la plata culiá a mí no me hace feliz. En el momento no más me hace feliz, pero después quedo terrible triste... No sé, no se me ocurre nada.
¿Casarte, tener una familia?
-Noo, pa qué quiero familia, son puros problemas los hueones. Ahí sería infeliz, po.
¿Una casa?
-Mmm, capaz que eso, una casa, pero pa mí sola. Con más gente sería una casa feliz, pero una mujer infeliz, jaja. Noo, no sé. Total yo ando todo el día en la calle, pa qué quiero casa. De verdad no se me ocurre nada para ser feliz.
Javiera tiene 20 años. Lo mismo que la Concertación.

LOS HUEONES DE ACÁ VALEN CALLAMPA
(6 AGOSTO, POBLACIÓN LOS ANDES, PUENTE ALTO)

Estamos en el antejardín de la casa de la madre de Javiera. Ella toma una cerveza y habla de cosas sin importancia. Está contenta.

Al final de la calle viene una mujer en bicicleta con un niño sentado detrás. Es gorda, de pelo oscuro, y parece muy molesta. Se detiene justo frente a la reja. Javiera, me dice en voz baja “Yo no soy la Javiera”. Luego le pregunta a la desconocida qué necesita.

-Vengo a buscar a la Javiera, me dijeron que estaba acá.
-Y pa qué la querí.
-¿Y a voh qué te importa? Quiero hablar con la Javiera, no má.
-Ya, la vamos a ir a buscar- dice.
Nos paramos y vamos hacia la casa. Sin embargo, Javiera no aguanta la curiosidad.
-Yo soy la Javiera.
-¡Con vos quería hablar, maraca conchetumadre! Soy la Isabel, la ex del Bicho- le dice, y mete la mano a un bolsillo interior de su chaqueta como para sacar un arma.
Javiera se apura en entrar a la casa, pero antes le grita: “¡Ándate no má, yo no tengo na que hablar con voh, maraca culiá!”, y cierra de un portazo.

“Puta, no puedo pelear, porque ando con puntos, capaz que me raje”, dice Javiera entre risas, apoyada en la puerta.
Desde adentro se oyen los gritos de la desconocida. “¡Sale, hueona! Voh no me vai a venir a quitar al Bicho!”. Javiera se ve un tanto preocupada, dice: “Si quiere le corto la pichula al Bicho y se la regalo pa que no huevee”. Se sienta en el sillón y se queda escuchando.

-¡Sale a pelear, po, huacha culiá! Mira que ando cargá. ¡El Bicho es mío!- vocifera Isabel.
Javiera se ríe. Prende la tele.
-Cuando el Bicho se entere le va a sacar la chucha, la va dejar pa la cagá. Capaz que la mate. Yo sé que el hueón le va a pegar, porque a mí también me ha tocado mi parte alguna vez por andar hueviando- comenta Javiera.

A ella no le importa mucho el ser golpeada. “Igual por el Bicho pelearía, si el Bicho es terrible buen partido”, dice. El Bicho es traficante, por eso Javiera cree que con él, nunca le va a faltar nada, ni a ella ni a su hijo. Y aunque le ha pegado varias veces, sigue enamorada de él.
Unos días después, el 7 de agosto recién pasado, el Bicho la agarró a patadas. La vio conversando con el “viejo Polo” y le gritó desde el auto: “Soi terrible chata, maraca conchetumadre, ya andai zumbá ya, culiá”, Y cuando la pilló sola, la tiró al suelo. Le pateó la cara, las costillas y la arrastró. Luego la abandonó a su suerte en medio de la calle.

Javiera dice que el Bicho siempre se pone celoso, aunque no siempre la apalea tan fuerte como ahora. Esta vez “se le pasó la mano”.
Al día siguiente, el Bicho fue a pedirle que por favor no le echara a los pacos. Ella ni lo había pensado. Está acostumbrada a los golpes. Otros también le han pegado antes. Por ejemplo, el Brayan, -padre de su primer hijo- y el “chico Digno”, que varias veces le ha pedido matrimonio. Digno fue el peor, le dio un machetazo. El hombre tiene 50 años, es soltero y está enamorado de Javiera. Ella ha pensado seriamente en aceptarlo como esposo.

-Con el viejo Digno estaría tranquila, po, tendría mi casa, además me quiere caleta y estaría sola todo el mes, porque él trabaja pal sur-, reflexiona.

El día del machetazo, Javiera lo había ido a ver con su hijo Michael. Ella estaba sentada al lado del coche, en el living, cuando él le preguntó que había hecho la noche anterior. Javiera le respondió que nada, pero él no la escuchó; sacó un machete y se abalanzó sobre ella.
Javiera se alcanzó a proteger con las rodillas. El machete le dio de lleno en la rodilla izquierda. Con el hueso a la vista, huyó empujando el coche. Digno no la siguió, se sentó en el sillón, arrepentido. Javiera no lo denunció.

Brayan, el papá de Michael, también la golpeó mucho. A los pocos meses de vivir juntos le dio la primera paliza por cambiar una cadenita de oro de su hijo por pasta. Otra ocasión fue cuando Javiera fue a comprar pasta a la casa de una amiga y dejó el coche afuera. Cuando Brayan pasó, reconoció el coche y la entró a buscar. Ella se escondió por horas hasta que pensó que se había ido. Pero apenas puso un pie en la calle, él la tomó del cuello y se la llevó a patadas y combos a la casa.

-La última vez que me pegó el Brayan, el Michael iba a cumplir los tres años. La noche anterior, me había pasado treinta lucas, yo le había comprado unas cosas al Michael y el resto me lo gasté en pasta. Cuando Brayan cachó, me sacó la conchetumadre-, recuerda Javiera.

En el barrio, es frecuente ver parejas de lesbianas. Javiera cuenta que entre sus amigas hay por lo menos 10. “Es que los hueones de acá valen callampa po, son todos golpeadores, maltratan a las minas, les ponen el gorro, se acuestan con otras, entonces la mujer se aburre y prefiere andar con una mina, que no le pega y que es más cariñosa”, reflexiona Javiera.
En el barrio es tan normal que ya ninguna persona se cuestiona esto. Todas lo entienden.

“ESTOY CANSADA”
(18 DE AGOSTO, POBLACIÓN LOS ANDES, PUENTE ALTO)

Hace una semana Javiera se fugó de la maternidad. Los primeros días de alta se despierta temprano y se va al hospital para darle leche al bebé. Lo acompaña hasta el medio día, va a almorzar a su casa y regresa por la tarde. Sin embargo, esta rutina no le dura más de una semana. Las ganas de salir y quemar pasta son más fuertes y va perdiendo el interés por su hijo.
En una de sus visitas, la asistente social le advierte que no le van a entregar al niño sino se rehabilita. Le dan la posibilidad de internarse o tratarse en forma ambulatoria.
-Mi mamá me dijo que mejor me quedara adentro, porque si no voy a andar puro gastando plata. No sae ná que de allá me voy a fugar, voy a agarrar a la guagua y me voy a arrancar- anuncia Javiera.

Ese mismo día debía ir al Centro Comunitario de Salud Mental de Puente Alto y fijar una fecha para su internación. Hasta hoy ese trámite no lo ha hecho.
Peor, con los días, Javiera comenzó a desparecer de su casa tardes enteras sin pensar en su hijo. El “Viejo Polo” le llevaba papelillos y ella partía tras él. Una noche se abuenó con el Bicho y tuvieron sexo sin condón.

-¡Si no soy de fierro, po, jaja! Igual yo estaba todavía con puntos y parecía que estaba teniendo otro hijo de tanto que me dolía la hueá! ¡Me dolió más que la conchetumadre! ¡pero igual no más! -detalla Javiera.

Durante esos días, Alan sigue en el hospital, sin visitas y con las enfermeras alimentándolo y vistiéndolo. Afortunadamente el pequeño no ha presentado muchos problemas. De la mala vida de su madre sólo heredó una infección por sífilis que fue controlada rápidamente. Pero la pasta no le ha dejado daños físicos visibles, aunque es casi seguro que sí habrá secuelas en un tiempo más. El médico que lo atendió piensa que puede tener problemas de aprendizaje, déficit atencional o alteraciones motoras simples. “Claro que el caso de Javiera no es tan grave como el de otras madres”, explica el médico.

Hoy de la Javiera se sabe poco. “El otro día la vi. Por ahí andaba, zumbá”, dice una amiga. Como es quincena, el “chico Digno” y el Pelao, andan con plata y le pasan para su vicio.
El martes pasado llegó a las seis de la mañana. Su mamá se levantó a abrirle la reja. Sin saludar, se fue derecho a la habitación que comparte con uno de sus hermanos mayores. Pasado el medio día la señora María la despertó para saber si iba a ir al hospital a ver a Alan, pues ya había pasado un par de días sin que lo visitara.

- Hoy no, respondió ella.

Después de mucho insistir logro que Javiera se ponga al teléfono.

¿Cuándo vas a hacer los trámites para internarte?- le pregunto.

-No sé. Ya estoy aburrida de esa hueá ya. Más lo que me han hueviado.

¿Qué vas a hacer?

-No sé, todavía no lo he pensado. Pero el Bicho va a ir a hablar con la asistente para que le pasen al Alan. Él quiere hacerse cargo....

¿Y cuándo vas a ir a ver a tu hijo?

-A lo mejor mañana. Hoy estoy cansá.


*Periodista Universidad de Chile
The Clinic