lunes, 1 de octubre de 2007

La divina tragedia.

Debe haber sido por ahí por septiembre del año pasado. Mi amigo Martínez y yo tratábamos por todos los medios de ahorrar las chauchas kiwis para nuestros abiciosos planes viajeros pese al momento gris y amargo por el que pasábamos, en lo que al vil dinero se refiere.

Cierto día en la noche nos llama nuestro buen contarctor Sunny (Oriundo de la India más tránsfuga y esclavista) para avisarnos de un "trabajo" para el día siguiente en la mañana, al cual nosotros, sumergidos en los más profundo del horno, aceptamos inmediatamente. Luego de introducirnos un poco en el nuevo desafío laboral que emprendíamos, acordamos la hora y el lugar.

A la mañana siguiente íbamos en el auto siguiendo la camioneta de Sunny. Luego de unos 20 minutos nos salimos del camino y enfilamos por un camino de tierra hasta un galpón donde se supone que empezábamos.

El paisaje fue la primera señal a la que no le pusimos atención. Era un potrero que más bien parecía un peladero árido y sin ningún árbol que nos cobijara del sol, que ya en septiembre empezaba a ser menos amigable. Era un pedazo de tierra enorme y sin vegetación, al más puro estilo de terreno post catástrofe nuclear.

Nos bajamos del auto y seguimos a Sunny hasta esas tierras hostiles que teníamos frente a los ojos. Había una trilladora enorme. Era un verdeadero mounstro metálico que con su sola presencia intimidaba a cualquiera. Nosotros que algo sabíamos de cultivos empezamos a evaluar dicho terreno.

Martínez: oye, yo creo que son papas.
Yo: No creo, quizás es otra rareza como las Feijoas.
Martínez: Oye y pagan por hora o por Bin?
Yo: No se....vamos a preguntarle al Indio.

Fuimos donde nuestro manager y nos constestó que el pago era por hora y que íbamos a trabajar 10 horas ese día. Luego de un par de cálculos mentales concluímos que valía la pena. Tambíen nos explicó de que se trataba todo esto:

Sunny: Lo que hay que hacer es sacar esas raíces que se ven y luego pornerlas en el bin. Es muy fácil y van a ganar dinero

Esa frasecita la veníamos escuchando hace varios meses ya, pero en la situación en la que estábamos y los proyectos que teníamos en carpeta nos obligaron a quedarnos ahí. Total no podía ser tan malo.

Señal número dos: Siempre puede ser peor. Antes de empezar nuestro buen amigo Sunny nos presentó a quien sería nuestro supervisor. Señal número tres: La apariencias NO engañanan.

Desde arriba de esa mole de metal que era la trilladora, bajó un sujeto del terror. Vestía un overol azul con las mangas enrolladas hacia arriba. Largos drec-locks que le llegaban a la mitad de la espalda.

Negro, pero no el negro africano que es más azul que negro o el negro de la India que tiende a ser más café. Este era el negro océanico, mezcla de negro y super moreno, ese que tiene todos los rasgos exágerados. Manos grandes, labios mounstrosos, brazos grotescos, un ceño brutal, casi de torturador medieval y una piel absolutamente curtida por el sol.

Es decir, si voy por la vereda y veo a ese "ser humano", de casi 2 metros de estatura, caminando hacia mi, no sólo cruzo la calle, sino que huyo por mi vida. Ese era nuestro supervisor, el que nos iba a controlar en nuestra labor.

La pega consistía en desenterrar unas raíces de quién sabe qué hasta llenar un cajón, también enorme, hasta limpiar TODO ese peladero marginal. Sunny se fue y nos quedamos en medio de la nada, con ese mounstro y su mounstrosa máquina. Por supuesto que el negro, del cual por sanidad mental debo haber olvidado su nombre, hizo una pequeña demostración. Metió una de sus garras en la tierra seca y sacó una raíz del porte de uns televisor de 21 pulgadas, la cual tiró dentro del cajón como quien tira una papelito un un basurero.

Con Martínez nos miramos y pensamos: bueno...es lo que hay. Así que me agaché y traté de desenterrar una raíz del mismo porte de la que había sacado el negro, para que viera que trabajábamos bien. El problema fue que luego de lo difícil que fue desenterrarla, le hice empeño para meterla dentro del bin. Era mas pesada que la cresta, pero no iba a mostrar ninguna debilidad frente a aquel sub-humano.

En ese momento supimos que la cosa venía fuerte. Obviamente que después de una hora la espalda ya se nos quebraba, los polerones estabán en el suelo y el humor no era el mejor. Pero pese a todo el infierno en el que estábamos, no seguíamos conformando con cualquier cosa, aunque fuera una estupidez:

Martínez: Bien dura la cosa.
Yo: filo hueón, por último estamos haciendo algo de ejercicio.
Martínez: Puede ser. Pero estoy pa la cagá y ese negro ni suda.
Yo: Ese hueón se me imagina un líder de pandilla canera.
Martínez: Hueón brígido.

Toda esta conversación era en español, ya que asumimos que ese mounstro a duras penas entendería inglés. Pero, a él le dio lo mismo enteder o no y nos mandó a callar.

Supervisor: Oye, menos conversación y más trabajo.
Martínez: ¿A qué hora es el break?
Supervisor: en dos horas más, eso si dejan de convesar.

Aparte de su aspecto, el sujeto era una cabrón. Tratamos por todos los medios de preguntarle algo de su vida, porque de verdad era sacado de una película. Claro que no contábamos con que era una amargo de proporciones bíblicas. Y cómo no, si lo tenían en ese desierto, solo y sacando esas porquerías de raíces, lo más probable es que estuviera demente.

Como a las 2 horas de estar ahí, las espaldas empezaron a pasar la cuenta. Ya no podíamos agacharnos bien y y el negro seguía molestando para apurar el paso.

Yo: Oye, qué hora es?
Martínez: No se hueón pero estoy medio chato ya.
Yo: Me está empezando a doler la espalda.
Martínez: No se si pueda estar todo el día aca.
Yo: Vámonos de aca.
Martínez: pero cómo nos vamos a ir.
Yo: Llevamos 24 dólares y no tengo espalda hueón. Larguémonos.

El trabajo era durísimo, de verdad pensé que había vuelto al siglo XIX y que era un esclavo y más encima esclavo de ese mandril enorme que tenía enfrente. Que no hablaba y que cuando lo hacía era para decirnos que nos apuraramos.

Finalmente llegó el break y el negro nos dijo que teníamos 15 minutos para descansar y se fue al galpón. Nosotros nos sentamos en el suelo, porque ni siquiera nos ofreció un baño el miserable. En otros lugares hasta nos daban cerveza al final del día y comiamos en mesas bajo techo. Como lo hace la gente común. Pero que podíamos esperar ahí, si era lo peor.

Conversamos con Martínez la posibilidad real de irnos porque realmente concluímos que no estábamos para eso. Es decir, se suponía que ademas de juntar plata había que hacer del viaje lo más agradable posible, pero que en ese desierto asqueroso en el que estábamos, con ese engendro de supervisor y la porquería de trabajo que estábamos haciendo, era definitivamente todo lo contrario a lo que habíamos planeado.

Asi que nos pusimos de pie y nos dirigimos al famoso galpón para decirle a nuestro "jefe" que renunciábamos porque el trabajo no nos había agradado. !!!Ellos¡¡¡, íban donde el "supervisor" y le decían en pocas palabras que su pega era una mierda y que nos íbamos. ¡Qué grandes!

Martínez fue el encargado de hablar mientras yo daba vuelta el auto para irnos de ese lugar dantesco, con ese oceánico más dantesco aun. Mi amigo se metió por una puerta del galpón y yo maniobraba el Mitsubishi Lancer ´88 en el camino de tierra.

Pasaron como 10 minutos y Martínez no salía. Yo pensé lo peor: " este negro se emputeció con la noticia, lo agarró del cuello y le sacó la cabeza. Ahora se lo debe estar comiendo". Pese a que sonaba a película gore del persa Bío-Bío, igual estaba preocupado por mi amigo. Hasta que me bajé del auto a buscarlo, no alcancé a caminar un par de pasos cuando salió por la puerta del galpon.

Nos subimos al auto y tomamos la carretera rumbo a Hastings. Habían dos cosas que queríamos hacer. Primero llamar a Sunny para reclamarle, es decir, tirarle unas putedas en inglés y español y pedirle la plata de las horas trabajadas en ese infierno. Porque si estuvimos en el infierno, con el demonio de supervisor, lo mínimo era que nos pagaran por ese esfuerzo.

Y lo segundo era llegar al lugar que nos proveía de todo: techo, comida, diversión, trabajo y amigos. Sin duda el mejor lugar de todo el viaje: The Rotten Apple backpackers.

Luego de 2 meses de pedirle nuestra plata al miserable de Sunny, nos mandó donde su jefe el gordo sucio y gran gerente de los indios esclavistas, el indio Bubbly. Él nos pagaría. Pero esa es otra historia